EL MATAM EL MISH-MASRY (El restaurante no egipcio)

2012

Instalación, restaurante en Artellewa Art Space, El Cairo, Egipto.

Con el apoyo de La Casa Encendida y Fundación Montemadrid a través del premio Generaciones.

Exposiciones:

Generación 2013, La Casa Encendida.

‘The Politics of Food’, Delfina Foundation, Londres, 2014.

Festival of Political Photography, Helsinki, 2017.

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El Matam El Mish-Masry es un instrumento de análisis crítico común para ayudar a comprender las razones detrás de la disminución del acceso de los egipcios a los alimentos. El título del proyecto -El restaurante no egipcio- hace referencia a un sentimiento compartido por muchos egipcios: que viven en un país que ya no es suyo, un país que está en manos de "alguien más".

El proyecto consistió en la creación de un pequeño restaurante popular en Ard El Lewa, uno de los asentamientos informales del Gran Cairo, a través del cual se buscaba tratar asuntos relacionados con las políticas de exportación / importación, así como considerar los efectos secundarios del crecimiento descontrolado de áreas suburbanas sobre tierras agrícolas.

Utilizando las instalaciones del centro de creación contemporánea Artellewa se montó a pie de calle una cocina popular, adoptando las formas y la estética de los restaurantes locales y que funcionó durante el mes de Noviembre de 2012 de acuerdo a los siguientes menús:

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Semana 1 - Exportaciones

Durante la primera semana se cocinó con aquellos productos que Egipto cultiva para el mercado Internacional. Normalmente de alta calidad y elaboración ecológica, estos productos son difícilmente accesibles para la mayoría de los habitantes, ya que no se encuentran en el mercado o sus precios son prohibitivos. Este menú se elaboró con la colaboración de Elisabeth Shoghi, chef internacional de hoteles y restaurantes 5 estrellas.

Menú : Lubina al horno sobre una cama de papas Royal Jersey sazonadas con cebolletas tiernas, adornadas con zanahorias al vapor y judías verdes. Servido con ensalada de tomates y pimientos. Todas las verduras son cultivadas orgánicamente.

Semana 2 - Importaciones

Durante la segunda semana se cocinó con aquellos productos que Egipto dispone para el consumo nacional, bien de producción doméstica o de importación. Para ello se contó con la colaboración de 4 mujeres residentes en el barrio: Om Islam, Om Mohamed, Om Karim y Waefá, quienes cocinaron platos de la gastronomía popular, en relación a los presupuestos reales de los que disponen en cada uno de sus hogares.

Menú : Koshary, un plato popular que consiste en arroz, lentejas, garbanzos, cebolla frita, salsa de tomate picante y pasta hecha de trigo importado de baja y mediana calidad. Las verduras egipcias cultivadas para el mercado interno a menudo se riegan con aguas residuales. Los pesticidas y fertilizantes se usan sin ninguna regulación por parte del estado; Las instrucciones para su uso a menudo se imprimen en idiomas extranjeros ilegibles para los agricultores egipcios.

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Semana 3 - Construyendo sobre tierras de cultivo

En la tercera semana se llevó acabo el acto simbólico de “cosechar” los ingredientes para el restaurante en el suelo del barrio. Todos los días el área designada creció 200 metros, hasta alcanzar 1 km el cuarto día de la semana. Donde tiempo atrás se cultivaban tomates, pepinos, cebollas… ahora solo se pudieron encontrar cigarrillos acabados, chicles, peladuras, plásticos… Los ingredientes encontrados fueron cocinados y presentados simplemente con fines de exhibición. Menú elaborado con la colaboración de la artista Solafa Ghanem y el trabajo voluntario de Rana Khodair.

Menú : Berenjena descompuesta, tapa de gaseosa, bolsa de plástico, cigarrillos, chicle, pieles de cebolla y cáscaras de naranja.

Semana 4 - Civilización campesina

En la cuarta semana se llevó a cabo una excavación arqueológica en busca de indicios del pasado agrícola del barrio. Con la colaboración de la arqueóloga y egiptóloga Salima Ikram, se abrió sobre el terreno un nicho de 1, 5 metros de profundidad, donde tras unos 90 cm de desperdicios, apareció la prístina tierra fértil.

Menú : Suelo fértil encontrado debajo de 1,5 metros de detritos, escombros, botellas y plásticos.

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Conocido en su día como “la despensa del Imperio Romano”, Egipto es hoy uno de los mayores importadores de grano del mundo.

Hasta mediados del siglo XX podía alimentar casi el 100% de la población con su producción doméstica. Pero a partir de los años 70-80, con las nuevas políticas de agricultura y desarrollo que impuso el polémico ministro de agricultura Yousef Wali, este alto nivel de autosuficiencia empezó a truncarse hasta el estallido de la Crisis Alimentaria del 2008, siendo esta falta de alimentos uno de los motores principales de la revolución en enero del 2011.

De manera paralela en los últimos años, las áreas suburbanas de El Cairo y otras localidades del Delta, han crecido rápida y descontroladamente transformando grandes superficies de tierra fértil en terreno urbanizado, aumentado todavía más los problemas de autosuficiencia. Estos barrios informales construidos de manera ilegal, sin planificación urbana y casi sin servicios públicos, son popularmente conocidos como “Ashguahiyats” que quiere decir literalmente “cosas dejadas al azar”.

Irónicamente los habitantes de estos “Ashguahiyats”, son mayoritariamente agricultores, campesinos o hijos de, que al haber sido desposeídos de sus tierras o al no poder mantenerse económicamente con la producción de las mismas, migran a los grandes centros urbanos, donde son empleados como peones de la construcción.

Este proyecto tiene como base, uno de estos barrios informales, el barrio de Ard El Lewa, situado al noroeste de Giza.

Ard El Lewa significa “La tierra del general”.

El Matam El Mish-Masry [El restaurante no egipcio]

Bruce W. Ferguson

Hay una obra hoy muy conocida del artista británico Jeremy Deller basada en una anécdota que aparecía en Shakey, la primera biografía de Neil Young, según la cual, siempre que el músico y su mánager se enfrentaban a una decisión importante, se preguntaban: “¿Qué haría Bob Dylan?”. Cuando, tiempo después, el mánager se convirtió en el agente de Dylan, éste, en un momento de indecisión, le preguntó: “¿Qué haría Neil Young?”. La oscilación de la encarnación imaginativa de un artista en el otro tiene sentido en sí misma. Sin embargo, la idea de que esta pregunta sobre la influencia mutua se convirtiera en un cartel de Deller con letras en negrita que se ofrecía gratuitamente en una feria de arte, si bien resulta ingeniosa y versátil, se aparta deliberadamente del ámbito del arte para intentar ingresar en un mundo más extenso, el de la música pop y sus fans.

Más adecuada y de constante formulación por parte de los artistas es la pregunta: “¿Qué haría Marcel Duchamp?”; o: “¿Qué haría Joseph Beuys?”; o: “¿Qué haría el artista más importante para mí?”. Preguntas más apropiadas porque el arte no se encuadra de hecho en el marco más amplio de la cultura pop, a pesar de algunos intentos francamente ridículos de aparentar lo contrario. Tal vez sea más probable que el arte y su mundo formen parte de “la cultura promocional”, un término introducido por John Fekete y cuya importancia ha sido confirmada de nuevo recientemente nada menos que por Noam Chomsky, que mostró estadísticas de que las “relaciones públicas”, en todas sus formas, incluida por supuesto la política, representan en torno a un diecisiete por ciento de la economía estadounidense.

Pero la cultura promocional se refiere a la manera en que las ideas y los efectos se venden, sin que ello sea necesariamente indicativo de una acogida imaginativa y popular.

Creo que Asunción Molinos Gordo parte de una idea cercana a la “escultura social” y, por tanto, a la pregunta sobre Beuys. Si algo se puede decir de Beuys –figura representativa de tantos y tan diversos aspectos, positivos y negativos, para tanta gente–, es que es el artista más reciente de talla icónica que creyó no sólo que el arte es un proceso, sino también que puede adoptar simultáneamente rasgos morales y estéticos, y que tiene cierta finalidad política por su capacidad para modificar la conciencia. En resumen, que el arte también puede ser educativo, ámbito en el que los famosos diagramas de tiza sobre una pizarra creados por Beuys se erigen como ejemplos legendarios de esa referencia a las aulas y al discurso. Y, por supuesto, Beuys entendía que las reflexiones de la ciencia generaban una falsa comprensión de la naturaleza, lo que equivale a decir que las metodologías reduccionistas de la ciencia producían una fe en el control de la naturaleza que era tan injustificada como peligrosa, lo que despertaba en él una respuesta profundamente crítica.

En su obra reciente, Asunción Molinos Gordo se ha concentrado en la agricultura —y, por tanto, en la comida— no sólo como una parte importante e ignorada de la economía posmoderna, sino también como un reflejo de la “seguridad” nacional. La artista, que trabaja en España y en Egipto, ha creado piezas que plantean de forma incisiva la cuestión del respaldo a una visión ecológica y holística de las economías en la que tengan cabida, e incluso se fomenten, los alimentos autóctonos. En otras palabras, le interesa tanto el sustento de la tierra como el de los pueblos. En numerosos discursos, y en el ámbito académico y político en general, la “seguridad” se ha restringido a las armas, el control armamentístico y el poderío militar. La paranoia y el terror de los organismos nacionales se analizan en términos de dotación armamentística y preparación para la guerra, manifestaciones, de hecho, de la “inseguridad” y del miedo presentados como lo opuesto en una especie de maniobra orwelliana.

En lugar de esto, Molinos plantea la noción de seguridad dentro de los límites, las potencialidades y las capacidades de los pueblos que cultivan alimentos y proporcionan seguridad frente a la escasez, la enfermedad, la pobreza y la suciedad. Mientras que las naciones se embarcan en un proceso que convierte lo que antaño eran ricas tierras agrícolas en centros urbanos para hacer realidad las fantasías de los economistas, Molinos presenta ejemplos y pruebas de formas de resistencia y nuevas posibilidades.

Con El Matam El Mish-Masry (El restaurante no-egipcio), abre un “restaurante” que, en la práctica, es un escáner, una especie de resonancia magnética del cuerpo agrícola, una visualización de los ingredientes existentes en el suelo y de la economía que subyace en el terreno bajo las colillas de los cigarrillos, el chicle y otros desechos de los asentamientos de viviendas no oficiales que componen buena parte de El Cairo. Y no debemos olvidar que su restaurante es no egipcio en la misma medida en que formula una interrogación sobre lo que se ha olvidado y lo que se ha encontrado. Sus métodos, sin embargo, tienen mucho que ver con la egiptología, pues se basan en la misma metodología y utilizan las mismas herramientas del arqueólogo: la excavación y la conservación.

En 1996, la Cumbre Mundial sobre la Alimentación definió la “seguridad alimentaria” como aquella que “existe cuando todas las personas tienen acceso permanente a alimentos suficientes, seguros y nutritivos que les permitan mantener una vida activa y saludable”. Los problemas sanitarios son, de hecho, más que la guerra, una amenaza creciente, aunque habitualmente obviada por los intereses nacionales. La seguridad alimentaria exige contar con una cantidad suficiente de alimentos de manera ininterrumpida, con recursos que basten para garantizar una dieta nutritiva, agua potable y un nivel adecuado de higiene. Obviamente, la sostenibilidad, se entienda como se entienda en cada entorno local, es esencial. Pero Molinos Gordo, como demostró en su obra Untitled 3 (WAM) World Agricultural Museum –presentada en El Cairo hace dos años–, cree y defiende que habría suficiente comida en el mundo si se distribuyera de manera equitativa, y que una voluntad política firme podría satisfacer las necesidades de alimentos futuras.

Su restaurante, no exento de ironía, comienza con una oferta de cocina global como la que se encuentra en los hoteles internacionales de El Cairo, para evolucionar a lo largo de las semanas siguientes hacia una investigación cada vez más sofisticada y laboriosa de las dietas cotidianas ligadas a las economías del vecindario, con el fin de llegar a un tipo de gastronomía producido por la búsqueda arqueológica en las áreas próximas. El restaurante, como máquina de lectura y visualización, revelará como resultado un rico pasado agrícola que ha sido abrasado y agostado hasta resultar irreconocible. La artista excavará el presente en busca del pasado con el propósito de crear un futuro. Más que una metáfora, esta discursividad cotidiana podría servir para generar un reconocimiento de las condiciones de la economía de la salud y el bienestar del público al que va dirigida. De esta forma, para Molinos, la pregunta ha pasado a ser: “¿Qué haría cualquiera?”.

Este texto se publicó con motivo de la exposición Generaciones 2012 en La Casa Encendida de Madrid.

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